Reproducimos un artículo de David H.
Corrochano (Chamberí) publicado en Diario Progresista
El concepto de
democracia (con adjetivos o sin ellos) está cargado de connotaciones positivas
tales que ha sido esgrimido por todo tipo de regímenes y actores políticos al
momento de describir sus acciones o plantear proyectos de futuro. Baste
recordar como los regímenes comunistas se autocalificaron como democracias
(populares) o los autoritarios se concibieron como democracias (orgánicas).
Siempre democracia.
Dada la situación
de cambio necesario que actualmente vive el PSOE y, en general, los partidos de
izquierda contemporáneos, el reclamo de democracia interna aparece como uno de
los eslóganes más recurrentes para trazar su transformación. Efectivamente, la
participación, a veces vinculada a prácticas de democracia directa, otras a
mecanismos deliberativos y consultivos para la toma de decisiones, no solo es
una receta normativa sino una práctica eficiente en la construcción de nuevas
formas de gestión y representación de intereses que tengan en cuenta a los
ciudadanos. Sin embargo, esta premisa válida cuando pensamos en términos de
ejercicio de la ciudadanía y mejora del régimen político debe ser tomada con
precaución al momento de ser trasladada a una organización como lo es un
partido político. ¿Siempre democracia?
Algunos líderes
socialistas han planteado la implantación de las elecciones internas (a la
francesa) no solo como un medio más democrático de elegir a los candidatos de
gobierno del PSOE, sino incluso a la elección de sus cargos orgánicos. A este
respecto, por un lado, si se trata de una propuesta vinculada a los cálculos y
posibilidades de los candidatos a las secretarias regionales para resultar
electos la ocurrencia aparece como irresponsable, por otro, si es un alegato
sincero sobre cómo incentivar, acrecentar y mejorar la vida interna de la
organización, así planteada, sin más, me parece equivocada por cuatro razones:
primero, porque una organización partidaria no es un sistema político, por lo
que aquello que es válido para dotar de calidad democrática a un país sin
alterar, sino reforzando al sistema, puede suponer problemas de cohesión y
capacidad decisoria para un partido; segundo, porque atarse a un único
mecanismo de selección de cuadros es desatender al hecho de que los partidos
atraviesan diferentes coyunturas a lo largo de su historia y deben de cubrir
diversos puestos de responsabilidad, de manera que la fórmula que un día o para
un tipo de cargo puede suponer una solución en otras ocasiones puede acrecentar
los problemas; tercero, porque no podemos equiparar el fomento de la
participación y la democracia con las elecciones, pues hay muchas otras formas
de que los militantes y simpatizantes de un partido sean activos y tomados en
cuenta; y cuarto, relacionado con esto último, porque una elección a través de
delegados sí, siguiendo a Aristóteles, aparece como un filtro oligárquico pero
no por ello menos democrático que otras formas de seleccionar a los líderes y confeccionar
los programas. Siempre democracia.
El PSOE tiene que
abrirse más a la sociedad sin olvidarse de la militancia. Por esto es necesario
contar con planes estratégicos de participación externa e interna que en
ocasiones incluirán elecciones, pero en otras los tradicionales congresos,
asambleas o mecanismos más novedosos como encuestas internas, jurados de
evaluación, foros, órganos consultivos, etcétera. Para planear esto seamos
prudentes y no nos dejemos arrastrar por la simple apelación a un concepto cargado de connotaciones positivas,
usado por todos y para todo, y por lo tanto altamente escurridizo e incluso
peligroso. ¿Siempre democracia? Sí, pero siempre que sea materializada de una
forma útil para la organización, reflexionada y vinculada a las muchas maneras de
participación que pueden darse adentro de un partido y que no siempre se
traducirán en elecciones.
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