viernes, 15 de junio de 2012

De espejos y espejismos


Un nuevo artículo de nuestro colaborador David H. Corrochano

Espejito, espejito mágico… Mirados ante nosotros mismos, no vemos más que el mejor de los fracasos colectivos. Nacidos en el tiempo sin fronteras de la transición, ilusionados creímos que una España cualitativamente mejor era posible. Un día tuvimos lo cuantitativo, ahora, menos que eso. Hay que renovar el reflejo en el que mirarse porque lo cierto es que la élite del país está enfrascada en espejismos que no sirven de referente para nadie.

Christopher Lasch escribió “La rebelión de las élites” para advertirnos que Ortega y Gasset se equivocó: en democracia el problema no son las masas, sino el alejamiento de los poseedores del dinero, el poder y el conocimiento respecto de un pueblo al que escenifican representar. Qué cierto parece cuando todos y cada uno de los tomadores de decisiones no hacen nada cabal para resolver el entuerto cotidiano en el que estamos sumidos. Pero ahí siguen ellos sin padecer los riesgos particularizados del paro, la quiebra, el desahucio, la enfermedad sin asistencia o la educación sin perspectivas que se van generalizando entre las mayorías.

La élite española, económica, política y cultural, se mueve como la élite de cualquier otro país, escondiendo en la palabra mérito y un sentimiento aristocrático de la vida mecanismos de circulación circulares –perdón por la redundancia- que reproducen privilegios obtenidos por herencia, por decreto o por concursos entornados. Es cierto que cuando murió Franco algo tuvieron que moverse estos elementos para dejar un hueco a los que presionando desde abajo exigían un reparto más equitativo del dinero, el poder y el conocimiento. Es orgullo de los socialistas haber conseguido mucho de esto. Pero como si de una maldición se tratara, lo que Robert Michels llamó ley de hierro de las oligarquías no tardó en imponerse. Tenemos unas élites ampliadas, pero al fin y al cabo élites que parecen olvidar a la ahora malograda masa. Con la crisis no hay derrama, poco pan y mucho circo.

Pese a la natural bajada en intención del voto del PP –natural por el desaguisado que andan cocinando- el PSOE no remonta en las encuestas. Mientras los dirigentes del partido no tomen realmente el pulso de la calle, del propio partido y dejen de comportarse como si fueran parte de la élite –que no es lo mismo que las instituciones democráticas, claro- esto no tendrá remedio. El espejo francés es el de un socialismo cuya burocracia arriesgó con mecanismos participativos de deliberación, unas primarias, en el que el programa se hizo entre muchas sensibilidades y donde las propuestas tuvieron un solo protagonista: el pueblo. El espejismo griego es el un partido cerrado, superado por su inmovilismo y la preocupación por el eterno escondite de los intereses minoritarios: la patria, la nación o esa visión de país que nos iguala a todos: a los que en marzo fugaron 12.350 euros por segundo con los 58.241 que fueron desalojados de su casas.

Gianfranco Pasquino señala que “las oposiciones de izquierda reivindican la conjunción de un doble papel: oposición social y oposición parlamentaria” ¿En la Conferencia Política aplazada para noviembre el PSOE podrá radicalizar más la segunda, recuperar la primera y conectar ambas? ¿Hallará la línea de conflicto que demarque qué sujetos estamos perdiendo y cuáles siguen ganando con esta crisis, con el actual gobierno? Tras los congresos internos se anuncia un Plan 2015 de modernización del partido que abre esperanzas a que la respuesta sea sí, porque no dudo que las bases y los simpatizantes están en ello. Y ojalá porque cuidado, incluidas las élites, pues si esto no lo hacen los socialistas habrá quien en nombre del pueblo nos acerque más a un vano espejismo o solo sepa romper espejos. Años de mala suerte.  

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