Un nuevo artículo de nuestro colaborador David H. Corrochano
Espejito, espejito mágico… Mirados ante nosotros
mismos, no vemos más que el mejor de los fracasos colectivos. Nacidos en el
tiempo sin fronteras de la transición, ilusionados creímos que una España
cualitativamente mejor era posible. Un día tuvimos lo cuantitativo, ahora, menos
que eso. Hay que renovar el reflejo en el que mirarse porque lo cierto es que la
élite del país está enfrascada en espejismos que no sirven de referente para
nadie.
Christopher Lasch escribió “La rebelión de las
élites” para advertirnos que Ortega y Gasset se equivocó: en democracia el
problema no son las masas, sino el alejamiento de los poseedores del dinero, el
poder y el conocimiento respecto de un pueblo al que escenifican representar.
Qué cierto parece cuando todos y cada uno de los tomadores de decisiones no
hacen nada cabal para resolver el entuerto cotidiano en el que estamos sumidos.
Pero ahí siguen ellos sin padecer los riesgos particularizados del paro, la
quiebra, el desahucio, la enfermedad sin asistencia o la educación sin
perspectivas que se van generalizando entre las mayorías.
La élite española, económica, política y cultural, se
mueve como la élite de cualquier otro país, escondiendo en la palabra mérito y
un sentimiento aristocrático de la vida mecanismos de circulación circulares
–perdón por la redundancia- que reproducen privilegios obtenidos por herencia,
por decreto o por concursos entornados. Es cierto que cuando murió Franco algo
tuvieron que moverse estos elementos para dejar un hueco a los que presionando
desde abajo exigían un reparto más equitativo del dinero, el poder y el
conocimiento. Es orgullo de los socialistas haber conseguido mucho de esto.
Pero como si de una maldición se tratara, lo que Robert Michels llamó ley de
hierro de las oligarquías no tardó en imponerse. Tenemos unas élites ampliadas,
pero al fin y al cabo élites que parecen olvidar a la ahora malograda masa. Con
la crisis no hay derrama, poco pan y mucho circo.
Pese a la natural bajada en intención del voto del PP
–natural por el desaguisado que andan cocinando- el PSOE no remonta en las
encuestas. Mientras los dirigentes del partido no tomen realmente el pulso de
la calle, del propio partido y dejen de comportarse como si fueran parte de la
élite –que no es lo mismo que las instituciones democráticas, claro- esto no
tendrá remedio. El espejo francés es el de un socialismo cuya burocracia
arriesgó con mecanismos participativos de deliberación, unas primarias, en el
que el programa se hizo entre muchas sensibilidades y donde las propuestas
tuvieron un solo protagonista: el pueblo. El espejismo griego es el un partido
cerrado, superado por su inmovilismo y la preocupación por el eterno escondite
de los intereses minoritarios: la patria, la nación o esa visión de país que
nos iguala a todos: a los que en marzo fugaron 12.350 euros por segundo con los
58.241 que fueron desalojados de su casas.
Gianfranco Pasquino señala que “las oposiciones de
izquierda reivindican la conjunción de un doble papel: oposición social y
oposición parlamentaria” ¿En la Conferencia Política aplazada para noviembre el
PSOE podrá radicalizar más la segunda, recuperar la primera y conectar ambas?
¿Hallará la línea de conflicto que demarque qué sujetos estamos perdiendo y
cuáles siguen ganando con esta crisis, con el actual gobierno? Tras los
congresos internos se anuncia un Plan 2015 de modernización del partido que
abre esperanzas a que la respuesta sea sí, porque no dudo que las bases y los
simpatizantes están en ello. Y ojalá porque cuidado, incluidas las élites, pues
si esto no lo hacen los socialistas habrá quien en nombre del pueblo nos
acerque más a un vano espejismo o solo sepa romper espejos. Años de mala
suerte.
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