En
España es habitual concebir al populismo, como un fenómeno exclusivamente latinoamericano. Sin embargo, últimamente, tanto en los ambientes políticos
como en los medios de comunicación llegó a definirse a Berlusconi como un espécimen
europeo. En general el calificativo no se aplica en base a un análisis de las
características constitutivas, formas de acción, naturaleza de sus políticas y,
mucho menos, en las causas sociopolíticas, sino simplemente a partir de ciertos
rasgos extravagantes o grotescos de algunos líderes populistas.
Sin
embargo convendría que echáramos una mirada a la nutrida literatura que sobre
el tema se ha producido a ambos lados del Atlántico, no sea que tengamos
sorpresas desagradables.
El híper liderazgo
La
seña principal del populismo es la de un líder carismático que establece su
relación con las masas al margen y por encima de las estructuras
institucionales democráticas. El Líder goza de una legitimación directa por el “pueblo”
que lleva, ineluctablemente, a una competencia e incluso confrontación con las
otras instituciones legitimadas por la ciudadanía; por ejemplo, el Parlamento.
El Líder no se siente limitado por las estructuras políticas o jurídicas, él
ostenta una legitimación superior, originaria.
En
el caso latinoamericano, esa práctica se ve favorecida por el sistema
constitucional presidencialista. La tentación a la permanencia en el poder ha
llevado – salvo pocas excepciones – a reformar los textos constitucionales para
permitir la relección, en diferentes formatos.
Este
sistema de acumulación de poder en el Ejecutivo, en desmedro de la
representación de la pluralidad de la soberanía popular residenciada en el
Poder Legislativo, ha venido aflorando en buena parte de las democracias actuales.
Sin ir más lejos Rusia o en Francia donde el Presidente Sarkozy ha hecho
desaparecer a la Asamblea Nacional, al Primer Ministro y su Gabinete. Pero
donde más preocupante se manifiesta este reforzamiento del Presidencialismo es,
mira por dónde, en el presidencialismo corporativo que impera en la UE. Las
esperanzas en que el Parlamento Europeo pudiese representar el mandato de los
ciudadanos para la gobernación de Europa, parece que se ven una vez más
postergadas.
Lo
que a primera vista puede aparecer como algo exclusivo de ciertas formas de
gobierno o del Estado, expresa una concepción supuestamente más democrática que
la democracia representativa parlamentaria. Y, obviamente, permea a las propias
organizaciones políticas. No otra cosa es la propuesta de elección en
“primarias” para la Secretaría General del PSOE, divorciando esa elección del
conjunto de debates y resoluciones del Congreso partidario. Uno de los dos
candidatos a la Secretaría General en el 38 Congreso proponía dicha idea y no
es casual que el Secretario General del Partido Socialista de Madrid sea un
entusiasta propulsor.
Lo
que se trata de presentar como un avance democrático que, teóricamente,
fomentaría la participación de los afiliados, puede resultar un paso hacia un
modelo de liderazgo autocrático plebiscitario. Cada equis tiempo, una
confrontación mediática entre dos o tres personalidades, seguida de un refrendo.
Por qué no pensar que dicha práctica podría llevar a la desvalorización de las
diferentes instancias organizativas, de toma de decisiones y participación
efectiva en la vida del partido, constituyendo todas estas la médula de un
partido socialista democrático.
Madrid,
21 de Marzo de 2012
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